miércoles, 14 de mayo de 2008

Ponencia de Basauri. Capitulo 1


Cuando todo empezó

Aquella visita a mis abuelos iba a cambiar la forma de gastar mi tiempo libre. Eran los comienzos de la década de los 90. Coincidí con un tío mío, Torcuato Ortega, un aficionado a la genealogía que, al llegar a su jubilación, se dedicó a investigar las diferentes genealogías de sus nueras y yernos, además de ampliar la de mi tía, la hermana de mi madre.
Aquella tarde, mi tío nos enseñó una serie de cuadros, escritos con máquina de escribir, en los que recogía de una manera más o menos gráfica, todo lo recabado en los diferentes Archivos Diocesanos de Bilbao y provincias limítrofes. Yo no daba crédito a mis ojos ya que, en alguna de las ramas que vi, llegó hasta finales del siglo XVI.
Una de las cosas, que primeramente captó mi atención, fue que mis ancestros nacían en años que me traían a la mente sucesos que ocurrieron en la Historia y que había estudiado en mi largo periplo escolar. Poco tardé en confirmar que, mientras en Cuba, 1898, se perdía algo más que una guerra, ,nacían o se casaban mis ancestros. Lo mismo sucedía en 1808, con el levantamiento contra los franceses. Y qué decir del fatídico 1789 y la Revolución Francesa.
Mientras todo eso sucedía, fui consciente de que mis antepasados vivían en el mismo mundo del que hablaban esos libros de Historia que tanto me habían aburrido y agobiado. Libros que no lo cuentan todo. A esa Historia le faltan las historias anónimas de la gente que realmente la vivió. La historia, con minúsculas, de cada uno de nuestros antepasados que de alguna manera han conseguido, al menos en mi caso, que me acerque a esos acontecimientos, desde otro punto de vista.
Por primera vez, sentí la Historia más mía, más propia. Por primera vez me dolió la Guerra de la Independencia, o las Guerras Carlistas, qué más da. Por primera vez comprendí que la Historia la debieron escribir quienes vivieron en ella, los de a pie. Y ahora era consciente de que mis antepasados estaban allí. Mientras en Francia, por ejemplo, comenzaba su famosa Revolución, nacieron siete de mis ancestros. Ancestros, de momento, ajenos a dichos acontecimientos que estaban ocurriendo en el vecino país, pero que, con el tiempo, se convirtieron en protagonistas, cuando esos franceses ocuparon nuestro territorio. Llamadas a filas, pagos de las contribuciones extraordinarias exigidas durante la guerra, ventas de propiedades para hacer frente a dichos pagos, etc. Hechos, en fin, que no aparecen en los libros de Historia pero que, nuestros antepasados, tuvieron que hacer frente en su día a día.
Desde esos primeros momentos, me acerqué a los libros de Historia de otra manera. Quería buscar otro tipo de dato que pudiera enriquecer mi genealogía. Ya no era cuestión de dejar aquellos primeros cuadros genealógicos, que vi aquella tarde en casa de mis abuelos, en simples relaciones entre nombres, apellidos y fechas de nacimiento, matrimonio o defunción. La genealogía la entendí de otro modo. La entendí como una manera de acercarme a mis antepasados y, por qué no decirlo, de honrarles, de reconocer su vida, su trabajo, sus penurias o sus triunfos. Y entendí también que, todo ese trabajo, no lo podía hacer más que uno mismo. No por el hecho de sentirme un Superman capaz de todo. No. Era la necesidad de implicación en absolutamente todos los pasos que iba a dar. No quería que alguien decidiera por mí. No quería tener la incertidumbre de saber, o no, si el resultado final es algo real o inventado. Quería tener la seguridad de que el trabajo realizado tenía que ser, al menos, honesto.

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